Agron oyó un extraño sonido que le inquietó. Sin embargo, siguió haciéndose el dormido. Podía sentir una sombra que le acechaba en la intimidad de su tienda y unos pasos sordos por el suelo. Con cuidado de no despertar a Nasir, que yacía a su lado totalmente entregado a los brazos de Morfeo, ni de hacer ningún movimiento brusco que le delatase, desplazó lentamente sus dedos entre las mantas hasta dar con lo que buscaba. Esperó unos segundos más y, cuando calculó que la figura que había invadido sus aposentos estaba peligrosamente cerca, se incorporó rápidamente, puñal en mano.
El sonido de metal contra metal revolvió al sirio en sueños sin llegar a despertarlo. El acero enemigo había detenido su ataque con facilidad.
-No eres el único que guarda armas entre las mantas, hermano- dijo la voz de Gannicus. Un halo de luz entró por la puerta de la tienda de campaña iluminando la sonrisa burlona que se dibujaba en su rostro.
Agron respiró entrecortadamente hasta que consiguió calmarse. Se había sobresaltado. Dadas las circunstancias uno no podía fiarse de nadie y había que estar constantemente alerta.
-Vístete. Espartaco quiere vernos- dijo el celta al tiempo que guardaba su cuchillo.
Y sin más, Gannicus se marchó dejando un olor a alcohol tras él. Tratando de no hacer ruido, el germano se levantó lentamente y se puso la armadura. Lo cierto es que estaba muerto de sueño, apenas había descansado y lo que menos le apetecía era abandonar el reconfortante lecho para ir a ver a Espartaco, aunque su posición entre el grupo de rebeldes requería ciertas responsabilidades. Antes de irse le lanzó una cariñosa mirada a Nasir, cuya expresión nuevamente relajada hacía su rostro aún más hermoso. El gladiador no pudo evitar sonreír ante semejante visión divina.
Gannicus lo estaba esperando fuera. El vino lo mantenía bien despierto. Juntos y en silencio, se dirigieron a la tienda de Espartaco moviéndose a oscuras entre el laberinto de lonas y cuerdas sin cruzarse con nadie.
La voz de Crixo se escuchaba desde fuera de la tienda. Como siempre, parecía estar enfadado o en desacuerdo con Espartaco.
-¡No podemos huir como ratas para siempre!- se quejaba con voz áspera.
Agron y Gannicus entraron en la tienda y el galo, que estaba apoyado sobre la mesa encarando a su interlocutor, se echó hacia atrás refunfuñando y cruzó los brazos de mala gana.
-Siento haberos llamado a estas horas, pero la situación así lo requiere- se excusó el tracio. Su ceño fruncido revelaba su preocupación, y sus ojeras que llevaba días sin pegar ojo-. Dos de nuestros exploradores han vuelto y acaban de informarme de que hay nuevas tropas pisándonos los talones. Se ve que esta vez Roma nos ha tomado más en serio y ha enviado a Marco Craso, quien parece no ser tan necio como sus predecesores. Bajo su mando cuenta con un ejército mayor a cualquiera que hayamos enfrentado anteriormente.
-¿A cuántas jornadas están de aquí?- preguntó Agron, más curioso que preocupado. Un puñado de romanos no le quitaría el sueño. Ya habían demostrado su valía frente a la puta República.
-Tres, si no han apretado el paso- contestó con seriedad-. Me preocupa la retaguardia. No está bien defendida y temo que nos alcancen o nos ataquen por sorpresa.
-¡Yo digo que les plantemos cara!- gritó Crixo.
-¿Con qué hombres?- replicó Gannicus, quien no acostumbraba a intervenir en las discusiones ni tomas de decisiones-. No hay suficientes guerreros. La mayoría de los que engordan nuestras filas son mujeres, niños o antiguos esclavos que no han empuñado un acero en su vida.
-¡Pues que aprendan, joder!- insistió el galo golpeándose la palma de la mano con el puño.
-¿Y qué crees que hace Nasir? ¿Acaso no te has dado cuenta de que lleva meses entrenando a los esclavos?- inquirió Agron.
Espartaco frunció el ceño ante semejante término, pero no dijo nada. Crixo soltó una sonora carcajada.
-¡Por la polla de Júpiter, mis disculpas! Se me olvidaba que ese pequeño hombrecillo es la solución a todos nuestros malditos problemas.
Agron adelantó un paso.
-¿Algo que objetar en contra de Nasir?- preguntó amenazante-. Dilo y serán las últimas palabras que salgan de tu puta boca.
El germano llevó la mano a la empuñadura de su gladius y el otro hizo lo propio. Por su parte, Gannicus parecía estar disfrutando el espectáculo entre trago y trago de la jarra de vino que lo acompañaba allá donde fuera.
-¡Ya basta!- ordenó Espartaco dando un fuerte puñetazo sobre la mesa-. No os he traído aquí para discutir.
Agron y Crixo se fulminaron con la mirada pero acabaron por hacer caso.
-Puto galo- farfulló Agron para desahogarse.
El ex campeón de Capua respondió con un gruñido.
-Nos acecha un gran peligro y tenemos que actuar- continuó el tracio-. Debemos decidir qué hacer una vez descartada la posibilidad de combatirlos.
El celta se pasó la mano por su incipiente barba, pensativo. Esa noche gozaba de una lucidez mental poco común.
-Tal vez podríamos buscar un sitio alto, un lugar donde tener una posición de ventaja sobre ellos.
-¿Para qué? ¿Para que vuelvan a acorralarnos como en el Vesubio? No, demasiado arriesgado- contestó Crixo-. Espartaco, si tomásemos una ciudad…
Agron puso los ojos en blanco y resopló.
-¿Acaso no te has enterado aún de que no tenemos suficientes guerreros?
El Galo Invicto decidió ignorar el comentario y mantener su mirada fija en Espartaco, que parecía sopesar la idea con la vista perdida en algún punto de la madera que tenía bajo sus manos. En el momento en que comenzó a negar con la cabeza, el galo lo agarró del brazo repentinamente.
-Hicieron falta menos de diez hombres para destruir el anfiteatro de Capua y rescatarnos a Enomao y a mí de la arena. ¿Cuántos más necesita El Hacedor de Lluvia para adueñarse de una ciudad?- hubo una pausa-. ¿Espartaco…?
Se hizo el silencio. Nadie se movió. Todos esperaban la respuesta de su líder. Agron sabía que la solución propuesta por Crixo era, aunque descabellada, la mejor, pero no le apetecía reconocerlo ni, menos aún, apoyarlo.
-De acuerdo. Enviaré a un par de exploradores a inspeccionar el terreno que se extiende ante nosotros y las ciudades circundantes, a ver qué podemos hacer- accedió el tracio finalmente-. Entretanto, quiero que tú, Agron, te dirijas a retaguardia con la gente de tu pueblo para reforzarla e instarles a avanzar más deprisa. Gannicus, Crixo, ayudaréis a Nasir con los entrenamientos. Quiero que todo aquel capaz de empuñar una espada sepa manejarse con ella, incluidas las mujeres que estén dispuestas a ello. No se van a convertir en guerreros de la noche a la mañana, pero me basta con que sepan defenderse.
Los tres gladiadores asintieron y se dispusieron a marcharse y prepararse para cumplir con sus cometidos al amanecer. Antes de salir, Agron se dio la vuelta y se encontró ante un hombre débil, consumido y superado por las circunstancias, un hombre que sostenía todo el peso de una gran empresa sobre sus hombros.
-Espartaco- dijo, y éste levantó la cabeza-. Descansa.
El hombre alzó ligeramente la comisura de los labios.
-Estoy bien- contestó. Mentía. Estaba agotado, pero como cabeza más visible de la rebelión no podía permitirse cerrar los ojos mientras aquellos que se habían unido a su causa corrieran cualquier clase de peligro.
-Descansa- insistió el germano, y se perdió en la oscuridad de la noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario