Agron
siempre había pensado que aguantaría bien el dolor físico. Era un hombre
fuerte, una bestia del este de Rin. Y, sin embargo, ahí estaba, asustado como
un niño chico pese a no querer reconocérselo a sí mismo. Dos romanos lo
sujetaron con fuerza y estiraron sus brazos sobre una tabla de madera. César,
con una sonrisa triunfante, esperaba con los clavos y el martillo. Iban a
crucificarlo. Su corazón latía rápido. Tragó saliva. Pero no permitiría que los
putos romanos le viesen así, por lo que gastó las pocas energías que le
quedaban en fulminarlos a todos con la mirada. El traidor de César se agachó y
colocó un clavo sobre la palma de la mano de Agron. Tras un fuerte martillazo
llegó el dolor. Y todavía quedaba más. El gladiador no pudo evitar dejar
escapar gritos de agonía para el deleite de sus captores, que disfrutaban del
sufrimiento ajeno (y más en alguien del círculo de confianza de Espartaco). Por
un instante al germano se le pasó por la cabeza decir todo lo que sabía,
traicionar a Espartaco con tal de que aquel clavo no siguiese traspasando su
carne y sus huesos. Pero no, tenía que esforzarse y contenerse. Además, ya era
tarde para hablar, su sentencia en lo alto de la cruz estaba firmada. Poco
tardó en maldecirse a sí mismo porque semejante idea ruin hubiera surcado su
mente. Sus gritos seguían inundando el campamento convirtiéndolo en el centro
de todas las miradas, tanto de compañeros como de enemigos. El dolor de sus
manos se extendió por sus brazos y el peso muerto de su cuerpo maltrecho cuando
lo elevaron no contribuyó a mejorar su situación. Porque así es como estaba,
moribundo, a un paso entre este mundo y el siguiente. Uno a uno, los romanos se
fueron marchando. El último fue César, que lo contempló bajo la cruz.
-El gran Agron y Crixo, el Galo
Invicto, han caído como moscas. Si Espartaco se rodea de inútiles como
vosotros, muy pronto veremos su final.
Y se marchó con
aire de superioridad. Si bien sabía que sus palabras no eran del todo ciertas,
pues conocía bien al grupo de rebeldes y sabía que su líder era astuto y
difícil de matar, estaba de buen humor y provocar al germano le subía los
ánimos.
Así que Crixo
estaba muerto… Aquel jodido galo con el que tantas discrepancias había tenido
había caído en la batalla a las puertas de Roma, de la gloria. Agron suspiró,
lo cual hizo que le doliese aún más todo el cuerpo. Habían estado a punto de
lograrlo. Al menos esperaba que su esfuerzo y el de los miles que habían
seguido a Crixo valiesen la pena y que Espartaco y los esclavos libres pudiesen
atravesar los Alpes sin problemas, pues les llevaban varias jornadas de ventaja
a las tropas de Craso. El germano miró alrededor. Centenas de cuerpos
malheridos en combate y con claros signos de tortura se amontonaban junto a la
pared del campamento esperando a que llegase su hora, un final muy distinto al
del propio gladiador. Por un momento Agron sintió envidia de ellos por no estar
clavados a unos postes de madera esperando una muerte totalmente deshonrosa.
Debería haber caído en el campo de batalla, luchando, llevándose por delante a
todos esos hijos de puta y, sobre todo, de una manera digna y rápida. Para qué
negárselo a sí mismo: pese a que pensaba que podía con todo, no quería sufrir
aquel calvario lento y doloroso al que le habían condenado. Y todo por su posición
al lado de Espartaco. Si el tracio no lo hubiera tenido en tanta consideración
él le habría seguido desde un segundo plano cumpliendo con su deber y sirviendo
a la causa con el mismo empeño. ¿Qué había visto Espartaco en él para darle esa
oportunidad? ¿Acaso podía compararse él con el Hacedor de Lluvia, el Galo
Invicto o Ganicus, el Dios de la Arena? De haber sido él quien propusiera
atacar a Roma, nadie le habría seguido. Y, sin embargo, su afán de venganza y
su sed de sangre le hicieron seguir al galo hasta una muerte segura sin pensar
en las consecuencias. Si bien era libre de tomar sus propias decisiones, debía
reconocer que había sido un error apartarse del lado de Espartaco, que tanta
confianza había depositado en él y al que tanto admiraba. Había dejado atrás a
un numeroso grupo de esclavos que, indefensos ante la falta de guerreros que se
habían unido a la campaña de Crixo, no sobrevivirían a un ataque sorpresa.
Había abandonado a Nasir.
Nasir...
El Sol estaba
alto en el cielo y Agron notaba las gotas de sudor recorriéndole la frente y el
cuello. Ya apenas sentía los brazos. La herida de su torso escocía. Tarde o
temprano dejaría este mundo, ¿para qué oponer resistencia? Así que, debilitado,
dejó caer la cabeza sobre su pecho y su mente divagó hasta la locura y la
extenuación. Dejar a Nasir al margen de la guerra, obligarle a quedarse al lado
de Espartaco pese a su negativa había sido lo mejor que había hecho, aunque se
le partiese el corazón solo de pensarlo. No se habría permitido arrastrar al hombre
al que amaba a una empresa arriesgada y a una muerte segura. Ahora él, gracias
a su sacrificio, estaría a salvo. Viviría. Sería libre y huiría de las garras
de Roma a través de las montañas. Y, para qué negarlo, sería feliz junto al
maldito cilicio. Cuando sus caminos se separaron, Agron sabía que dejaba al
sirio en buenas manos pues, le gustase o no, estaba claro que Castus sabría
cuidar bien de él. Y que Nasir se dejaría cuidar. Su relación se había
mantenido estable durante más de un año, con sus malos y buenos momentos, sus
peleas y sus reconciliaciones. Se habían jurado que nada ni nadie los
separaría. Se daban castos besos en público y se dejaban arrastrar por la
pasión más absoluta que los llevaba a follar como dioses en la intimidad. El
germano jamás había sentido nada parecido por nadie. Entonces, ¿por qué no se
lo había dicho? Mil y una muestras de afecto a ese exótico y menudo joven y,
sin embargo, incapaz de poner voz a sus más profundos sentimientos a través de
las palabras. Palabras que ya jamás podrían ser pronunciadas.
Su vida se iba
escapando lentamente de su cuerpo. Pronto se reuniría de nuevo con su hermano.
Duro… Agon pensó en su infancia, en cómo fueron capturados como esclavos y
vendidos a la casa de Batiato, en cómo su hermano se había ido creciendo poco a
poco en el ludus y cómo había dado su vida por él.
Su vejiga no
aguantó más. Sucio, deshonrado, humillado como un perro callejero. Ese sería su
final. La luz del Sol lo cegó, y por fin el gladiador cayó en un estado de
inconsciencia del que, estaba seguro, no volvería a despertar…
Un movimiento demasiado brusco
que agitó su dolorido cuerpo le hizo sobresaltarse. Confuso, pensando que
quizás se encontraba ya viajando hacia la otra orilla, abrió el ojo que no
tenía morado.
Aquello debía ser
una visión. Espartaco estaba ante él, firme e imponente con su capa al viento y
la mano alrededor de la empuñadora de su espada. ¿Estaría delirando?
Agron fue tumbado
en el suelo y unos romanos quitaron los clavos de sus inútiles manos, lo que le
hizo sentir una mezcla de agudo dolor mezclada con un gran alivio. Aquello no
tenía puto sentido. Luego, entre un romano y alguien que claramente no lo era,
consiguieron incorporarlo. Poco aguantó de pie, y si no llega a ser porque
Espartaco lo agarró justo a tiempo se hubiera desplomado en el suelo como un
muñeco de trapo.
-Sigues en este mundo, hermano-
dijo Espartaco con tono tranquilo, aunque sus ojos revelaban una felicidad
interior incontrolable.
-¿Cómo…?
-No entremos en detalles ahora.
Craso y yo llegamos a un acuerdo y los presos han sido liberados. Volvamos con
los nuestros.
El tracio pasó el
brazo casi inerte de Agron sobre sus hombros y el suyo propio por la cintura de
su compañero. A su alrededor, decenas de rebeldes hacían los mismos con los
supervivientes y juntos, con pasos lentos y cortos, se alejaron de la base de
los romanos.
Agron puso todas
sus fuerzas en caminar, y además en hacerlo de la manera más erguida posible,
pero de vez en cuando tropezaba y todo su peso recaía en su líder y amigo.
Necesitaba descansar, dormir durante días y recuperar sus fuerzas para volver a
ser de utilidad. Espartaco no se quejó de nada en todo el trayecto. No solo
caminaba al ritmo del germano y cargaba con él cuando las fuerzas le fallaban,
sino que no paraba de supervisar que a su alrededor todo fuera en orden.
De repente, Agron
fue consciente de que volvían al campamento, “a casa” si podía llamarlo así.
Volvería a ver a Nasir, pero… ¿estaría su amado esperándolo con los brazos
abiertos o su llegada interrumpiría su nueva vida? Espartaco habló como si le
hubiera leído el pensamiento:
-Los romanos dejaron a Naevia
con vida y ella nos dio la triste noticia de la caída de Crixo y de la tuya.
Celebramos juegos en vuestro nombre. Nasir se paseaba por el campamento como si
no fuese de este mundo, cumpliendo con sus obligaciones pero sin un atisbo de
vida tras sus ojos. Me consta que cuando el pirata Castus intentó consolarle
solo consiguió unos buenos puñetazos como respuesta. Él aún cree que estás
muerto, hermano. Tu vuelta le devolverá la paz… A ambos.
Agron asintió y
cerró los ojos dejándose llevar.
No fue hasta que el roce de una
mano conocida tocó su rostro que Agron abrió los ojos. Frente a él, una visión
divina que creía que no volvería a ver. La mirada de Nasir se cruzó con la suya
y un sinfín se sentimientos inundó sus corazones mientras Espartaco depositaba
cuidadosamente el brazo del germano sobre el del pequeño sirio colaborando en
ese inesperado y bendito rencuentro.
-Los dioses te han devuelto a
mis brazos- dijo Nasir con los ojos inundados de lágrimas.
-Fui un necio por apartarme de
ellos- contestó Agron. El volver a ver a su amado le había dado las fuerzas
suficientes para hablar.
Espartaco
consideró que la compañía de Nasir sería mejor recibida que la suya y dejó que
los amantes se alejasen entre la multitud.
Nasir condujo a
Agron a la tienda que compartía junto a varias mujeres y niños a los que debía
proteger y velar. Acomodó unas mantas y, con delicadeza, tumbó a Agron sobre
ellas. A cada movimiento le seguía un gruñido de dolor, pero el corazón del
gladiador se había curado por completo gracias al bálsamo de ojos oscuros y
piel morena.
-Pensé… pensé que habías
abandonado este mundo- susurró Nasir, quien esta vez se permitió que las
lágrimas surcasen sus mejillas. Lágrimas que había contenido durante mucho
tiempo porque, como guerrero de Espartaco, no se había permitido derramarlas.
Agron acarició el
hermoso rostro del sirio con una mano sangrienta para secar los regueros de
agua salada.
-Tu recuerdo me mantuvo con
vida.
Entonces el sirio
agarró aquella gigantesca mano entre las suyas y vio el agujero que la
atravesaba de lado a lado justo en el centro de la palma. Un intenso frío le
recorrió la espina dorsal al comprobar que Agron había sido crucificado, pero
no dijo nada. En silencio, alzó la mirada a los cielos y agradeció a los dioses
que siguiera con vida. Luego volvió a la realidad.
-Lavaré tus heridas- comentó
mientras se incorporaba y cogía un pequeño barreño de barro lleno de agua y
unos trapos.
En ese momento la
puerta de la tienda se abrió y una figura esbelta y negra apreció por la
puerta. Dos pares de ojos se dirigieron a él, que cambió su altanería por una
mueca de sumisión.
-Sé que mi presencia no es bien
recibida ni grata mi compañía - dijo el hombre sin atreverse a adentrarse más-.
Sin embargo, y pese a nuestras diferencias, me alegro de tu regreso, Agron del
Este del Rin.
-Tu gesto es recibido con
gratitud, Castus, pero Agron necesita descansar- respondió Nasir cortante.
El pirata cilicio
asintió con la cabeza y se marchó. Nasir volvió junto al lecho y comenzó a
lavar el cuerpo de su amado como si solo con su cariño bastase para sanar las
heridas.
-Nasir, yo…- balbuceó Agron-. Si
decidí seguir a Crixo fue porque…
-Shh, no hables- lo interrumpió
el moreno-. No quiero ni necesito explicaciones. Hiciste lo que creías correcto
y tomaste la decisión desde tu libertad, como yo acepté libremente hacerte caso
y quedarme junto a Espartaco, cosa de lo que me arrepiento profundamente. Pero
ahora estás aquí, de nuevo a mi lado, y eso es lo que importa.
Haciendo un
esfuerzo sobrehumano, Agron se incorporó entre las mantas. Por dentro bullía de
dolor, pero mantuvo un tono sereno y confiado al hablar.
-Mi destino está ligado al de
Espartaco, al igual que al del resto de esa gente de ahí afuera. Un día no muy
lejano volveré a empuñar una espada contra los putos romanos- pese a ser
consciente de la herida de sus manos, no era capaz de contemplar otra opción.
Él era un guerrero, el campo de batalla era su vida. Nadie podía arrebatarle
eso.
-Y yo estaré a tu lado- contestó
Nasir rápidamente.
Agron sonrió ante
la premura del pequeño hombre.
-Si esta vez los dioses no son
bondadosos y deciden llevarme con ellos, hay una cosa que debes saber- continuó
el germano-. Discrepé con Crixo sobre rescatar a Naevia de las minas. No
entendía por qué alguien de su valía sacrificaría su vida por la sombra de una
esclava a la que un día amó. El jodido galo podía tener a muchas otras a su
lado, y sin embargo un sentimiento que escapaba a mi razón lo ataba a esa
mujer. El mismo sentimiento que me unió a ti desde el primer momento en que te
vi. Habría muerto mil veces en esa cruz de la que Espartaco me liberó solo por
el regalo de ver tu sonrisa una vez más. Tú das sentido a esta causa, a la
guerra y a mi vida.
-Sentimiento mutuo que hace que
tú seas el único dueño de mi corazón- contestó Nasir con palabras que salían
del alma.
Luego depositó un
tierno beso en la frente de Agron que terminó de sanarlo.
-Y ahora duerme- susurró
mientras el malherido cerraba los ojos-. Duerme, Agron…
Admito que lo ame.
ResponderEliminarGracias :)
EliminarRecién conocí a esta hermosa pareja. Amo como se transmiten tantos sentimientos con una sola mirada
ResponderEliminarSí, lo cierto es que son geniales
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